El aceite de ballena: un recurso que dejó huella



El aceite de ballena fue oro líquido. Desde el siglo XVI hasta el XX, este producto de cachalotes y ballenas barbadas lo cambió todo.

La gente lo usaba para alumbrar sus casas. Ardía lento y brillante. Perfecto para farolas y faros antes del queroseno.

En el XVII, se hizo jabón con él. Graso y eficaz. Un éxito de exportación.

La Revolución Industrial disparó su demanda. El aceite de esperma era codiciado. Lubricaba máquinas a tope. Fábricas textiles y de cuero lo adoraban.

El siglo XX trajo nuevos usos. Margarina, jabones, explosivos... Incluso vitamina D del hígado de ballena. Curioso, ¿no?

Pero el petróleo y los aceites vegetales llegaron. El queroseno iluminaba mejor. Nuevos lubricantes aparecieron. El aceite de ballena perdió fuerza.

La preocupación por las ballenas creció. En 1986, se prohibió su caza comercial. Fin de una era.

Hoy no se usa ni se vende. Su precio fluctuó mucho. Ya no tiene valor de mercado.

Esta historia nos hace pensar. Sobre recursos naturales y alternativas éticas. Sobre el impacto en los océanos. Una lección del pasado.
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