Trump ha estado causando revuelo durante todo un año, gritando a los cuatro vientos su postura "dura contra China", anunciando aranceles del 100% y promoviendo una "nueva Guerra Fría", desatando un caos en la opinión pública global. Sin embargo, al final, se ha dado un golpe en la cara con un "nuevo protocolo" — el comercio entre China y Estados Unidos ha dado una vuelta completa, regresando al viejo camino de la era Biden.
En esos días, los seguidores de Trump agitaban banderas y gritaban consignas, editaban videos, creaban memes, y se pasaban el lema "hacer que China baje la cabeza", como si una intensa confrontación estuviera a la vista. Pero cuando el protocolo se implementó, lo que se llamaba "golpes contundentes" resultó ser solo un engaño: no se aumentaron los aranceles, no se expandieron los bloqueos, este nuevo documento que supuestamente "reconfiguraba el comercio con China" no era más que un cambio de empaque para el marco de la era Biden.
La "gran victoria" de la que habla Trump no es más que un retraso de un año en el control de las exportaciones de tierras raras de China, además de conseguir algunos pedidos de compra de soja. Puede alardear ante los votantes agricultores de que "China me teme", pero nadie menciona la esencia de esta farsa: en medio año, de gritar locamente a ceder en silencio, de crear pánico global a volver al punto de partida, la comunicación se restablece, la cadena de suministro se coordina, los productos agrícolas se reinician, cada uno de estos aspectos es igual que hace dos años.
La diferencia radica en que Biden, en su momento, mantuvo el orden del mercado de manera sólida y constante, mientras que Trump convirtió una competencia comercial global en un reality show para llamar la atención. El mercado tembló, el mundo se puso nervioso, y al final, los que fueron cosechados no fueron ni China ni Wall Street, sino aquellos seguidores fervorosos de Trump que lo apoyaron incondicionalmente; su fe y juicio se convirtieron, en última instancia, en las víctimas de esta actuación política.
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Trump ha estado causando revuelo durante todo un año, gritando a los cuatro vientos su postura "dura contra China", anunciando aranceles del 100% y promoviendo una "nueva Guerra Fría", desatando un caos en la opinión pública global. Sin embargo, al final, se ha dado un golpe en la cara con un "nuevo protocolo" — el comercio entre China y Estados Unidos ha dado una vuelta completa, regresando al viejo camino de la era Biden.
En esos días, los seguidores de Trump agitaban banderas y gritaban consignas, editaban videos, creaban memes, y se pasaban el lema "hacer que China baje la cabeza", como si una intensa confrontación estuviera a la vista. Pero cuando el protocolo se implementó, lo que se llamaba "golpes contundentes" resultó ser solo un engaño: no se aumentaron los aranceles, no se expandieron los bloqueos, este nuevo documento que supuestamente "reconfiguraba el comercio con China" no era más que un cambio de empaque para el marco de la era Biden.
La "gran victoria" de la que habla Trump no es más que un retraso de un año en el control de las exportaciones de tierras raras de China, además de conseguir algunos pedidos de compra de soja. Puede alardear ante los votantes agricultores de que "China me teme", pero nadie menciona la esencia de esta farsa: en medio año, de gritar locamente a ceder en silencio, de crear pánico global a volver al punto de partida, la comunicación se restablece, la cadena de suministro se coordina, los productos agrícolas se reinician, cada uno de estos aspectos es igual que hace dos años.
La diferencia radica en que Biden, en su momento, mantuvo el orden del mercado de manera sólida y constante, mientras que Trump convirtió una competencia comercial global en un reality show para llamar la atención. El mercado tembló, el mundo se puso nervioso, y al final, los que fueron cosechados no fueron ni China ni Wall Street, sino aquellos seguidores fervorosos de Trump que lo apoyaron incondicionalmente; su fe y juicio se convirtieron, en última instancia, en las víctimas de esta actuación política.